Don Arturo, un magnate con fortuna de muy dudoso origen nos atiende en su piscina llena de agua de Queretaro flotando abrazado a una pelota de un metro de diámetro. Entre chapoteos y bromas sobre si Paraguay y Uruguay es el mismo país delega en su sobrino Miguel Ángel la responsabilidad de evacuar todas nuestras dudas y vendernos la casa rodante, pero este chavo es el tipo más compulsivamente mentiroso de todo México y entre varios disparates autorreferenciales sobre su vigor, inteligencia y capacidades, nos dice unas 150 veces que ellos son trabajadores, honestos y que no les gusta engañar a la gente, muletilla que activa nuestro sensor de chantas y que nos empuja a buscar fallas y problemas técnicos en ruiditos y golpecitos que son normales para un vehículo que tiene 25 años.
Don Arturo durante varios años trató a la casa rodante como a la joyita que es y la mantuvo como nueva en su parte mecánica y en su parte vivienda, así que a pesar de un par de detallecitos menores y de dejarla en manos del vendedor más mentiroso de México, decidimos comprársela y poner casi todos nuestros ahorros en sus delicadas manos.
Nuestros mecánicos de confianza nos aseguran que la casa rodante, una Winnebago 1987, con motor Renault 2.4 de 4 cilindros y transmisión automática está preciosa, en perfectas condiciones y con una puesta a punto, afinación y pintura hechas una semana antes de comprarla, pero nosotros desconfiamos de Miguel Ángel y todas sus mentiras y la sometemos a varias revisiones minuciosas que dan el mismo diagnóstico: la casa rodante está buenísima y nos va a llevar hasta Uruguay sin problemas.
Pero los frenos medio flojos y un ruidito y unas gotitas de aceite que pierde la dirección hidráulica nos dejan inseguros y decidimos hacer un esfuercito más y dejarla como nueva.
Primero los frenos: parece una tontería la reparación y los nuevos empleados del taller la hacen como sobrados, tanto que olvidan apretarle las tuercas a la rueda delantera izquierda y se nos sale a las dos cuadras cuando entramos en la autopista para comenzar nuestro viaje. De regreso al taller mientras el avergonzadísimo dueño vuelve a poner la rueda descubre que los frenos no han quedado del todo bien y decide repararlos definitivamente cambiando varias piezas y tomándose varios días para hacerlo bien. “No hay mal que por bien no venga” decimos a modo de consuelo y con frenos nuevos y buenos. Don Manuel, el dueño del taller aprieta todas las tuercas que se le aparecen con fuerza extra para que no se salga otra vez la rueda y nos vamos con frenos nuevos a estrenar la casa rodante cruzando unas montañas cercanas. En las subidas empezamos a sentir que al motor le falta fuerza hasta que definitivamente se detiene 10 metros antes de cruzar la última cima. Lo obvio aparte de la frustración y la angustia: fundimos la casa rodante, se terminó el viaje y tiramos a la basura nuestros ahorros. No conseguimos nadie con un motor suficiente como para que nos remolque los últimos 10 metros de la subida, así que damos vuelta y desandamos todo el camino en bajada buscando un mecánico. Andando en el llano descubrimos que el motor sigue vivo y que quizás solamente no debamos subir demasiadas montañas pero nos angustia pensar como vamos a hacer para atravesar con este vehículo un continente que solo tiene un país sin montañas: Uruguay.
A pesar de la desilusión y la desconfianza en la casa rodante y de estar convencidos de que Miguel Ángel nos jodió, todavía queremos solucionar ese ruidito raro que hace la dirección así que nos vamos al pueblo de Cortazár, donde tiene su taller mecánico Rubén, el mejor mecánico del estado de Guanajuato, muy recomendado por nuestros amigos mejicanos.
Rubén es el mecánico más amoroso que hemos conocido. Siempre sonríe, abraza, comparte su comida y su bebida y no tiene posters de mujeres desnudas ni música vulgar en su taller. Mientras desarma la dirección se apoya en una rueda y descubre que no gira, ni esa ni las otras tres. El mecánico que reparó los frenos una semana antes y que apretó las tuercas con esmero para que no se salgan más ruedas andando había dejado las cuatro ruedas de la casa rodante frenada. Festejamos, no compramos un vehículo fundido y volvemos a tener la posibilidad de transitar por subidas. Rubén también se alegra y en medio del entusiasmo nos sugiere reparar de una vez el ruido y el goteo de la dirección mandándosela a un especialista en la ciudad vecina. Nos mudamos a la casa de Rubén y mientras esperamos la reparación del especialista conocemos a su esposa, a sus hijos y a todos los tíos y abuelos. Nos hacen sentir como en casa y nos convertimos en la atracción de la familia y del pueblo.
El especialista en direcciones la rompe cuando trata de repararla, nos cobra 500 pesos por su trabajito y nos dice que no hay marcha atrás porque no hay repuestos en México para un Renault del 87. La dirección ya no será hidráulica, llevará grasa en vez de aceite lo que solucionará parte del problema de la pérdida de aceite, pero quedará mecánica.
Una casa rodante de varias toneladas o tiene dirección hidráulica o se queda estacionada. Es imposible girar el volante y es imposible volver a hacer la dirección hidráulica, no hay repuestos de Renault 1987 en México. Otra vez la frustración, la angustia y la certeza de haber metido la pata y tirado nuestros ahorros a la basura.
Me pongo porfiado, no me gusta que me digan que algo es imposible. Insisto, insisto, insisto, insisto, insisto hasta que encuentro a un mecánico viejo que dice que él se anima a meterle mano y que el otro metió la pata. En tres días la deja reparada como nueva usando piezas hechas por un tornero y piezas nuevas de un Renault 18.
Luego de tres semanas de vivir en talleres mecánicos donde para dejar algo en estado óptimo se rompía algo más importante pero que a la larga se terminaba dejando como nuevo, confirmamos que no hay mal que por bien no venga y que la casa rodante está buenísima.
Hoy enfrenta todas las subidas, no tiene ruidos raros, ni pérdidas de aceite, ni olores sospechosos. Ya le estamos tomando confianza y cariño y de a poco le vamos poniendo nuestra identidad, nuestro olor, nuestro corazón y nos vamos sacando de encima la sombra de Miguel Ángel, el vendedor de casas rodantes más mentiroso de México.
En la carretera descubrimos que no le gusta ir demasiado rápido porque sus 4 cilindros se cansan de cargar con todos nuestros bártulos, así que ya nos acostumbramos a que todos nos pasen, a demorar un poquito más que los demás y a salir temprano.
Se lo ha ganado, por su condición de muy confortable vivienda, por su capacidad de movimiento, por su velocidad, por los obstáculos superados, por la perseverancia, por la voluntad de transitar por cualquier terreno y por recorrer largos caminos buscando siempre las hojas más frescas de la naturaleza, nuestra casa ambulante a partir de hoy se llama: EL CARAKOL.
Y nosotros también.
elcarakol.wordpress.com