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Algunos relatos nacidos de nuestra vuelta por las antípodas:
Se fue con otro
Se fue.
Si. No lo puedo creer.
Se fue con otro.
Ayer. Estoy re caliente.
Es la tercera vez que me pasa en la vida.
Ya es demasiado. Creo que no me lo merezco.
La trate con adoracion. La cuide. La quise. Viajamos juntos y tambien envejecimos juntos. Teníamos un montón de camino por recorrer juntos y me hace esto.
Vino uno, y así nomas, casi sin conocerse se fueron juntos.
Pense en salir a buscarla, pero no supe donde.
Conozco poco Beijing como para salir a lo loco por ahi buscándolos.
Y si los encuentro? Uno encima del otro?
No sabria como reaccionar.
Qué digo? Qué hago?
No nada. Eso no va a pasar. Es imposible.
Encontrar mi bicicleta en beijing es como encontrar una aguja en un pajar.
El Mandinga
En el año nuevo chino baja un espíritu muy pero muy jodido del cielo. Se sabe.
Le gusta meterse en las casas y robar la suerte ajena.
Fijate el sin vergüenza, uno que labura y labura todo el año para tener un poco de suerte y viene él y se la lleva.
Pero no la tiene tan fácil. No. En China no le permiten esos excesos por egoísta y envidioso.
Dicen los chinos que le teme a la luz y al ruido. Entonces nada mejor que la pirotecnia. También se pueden aporrear tambores, sonajeros, hacer música, hacer escándalo, cualquier cosa sirve, aunque sea el escándalo visual.
También sirve la alegría, el baile, la comida y la bebida.
Pero lo más eficiente es la pirotecnia.
Como a las 4 de la mañana salí a caminar un rato porque no podía dormir con tanto petardo y me encontré un tipo sentadito en una esquina aca a la vuelta. Tenía la mirada triste, perdida en ese espacio que queda entremedio de los pies cuando uno se sienta en el cordón de la vereda. Movía con un palito unos envoltorios de bengalas, que para esa hora ya estarían cubriendo todas las calles de Beijing.
Me pareció muy raro, era el único tipo en toda la cuadra que en ese momento no estaba tirando petardos o tratando de dormir. Me dijo que se llamaba Li Xuan Que se yo cuanto y que se dedicaba a bajar del cielo a robar la suerte ajena. Yo andaba con mis petardos encima y de inmediato agarré el encendedor, pero justo me pidio fuego para prender un pucho y me miró con unos ojitos tan cansados que me dió lástima. Le pasé el encendedor y le dije que se lo podía quedar si cambiaba esa cara.
Le pedí permiso y me senté al lado de él.
Yo soy Guille, le dije, pero no puedo recordar tu nombre. Me lo repitió sin ganas, era impronunciable para mi, así que le pregunté si no le molestaba sique lo llamara Mandinga ya que me resulta un nombre más familiar teniendo en cuenta su trabajo. No me contestó. Solo se le escapó como un rezongo por la nariz.
Habalmos un rato de cosas de Mandingas, me contó que había estado muy ocupado el año pasado entre medio oriente y africa pero que no había año en que no se diera una vuelta por américa latina.
Me dijo que ya lo tenían cansado los chinos con las supersticiones y que andaba con ganas de no volver más, también me contó que los chinos esconden los cuchillos y las tijeras para no cortar el hilo de la fortuna y que no usan escobas en estos días para no barrer la suerte afuera de la casa. Me dijo que a veces se sentía tan inútil y tan poco eficiente haciendo su trabajo que le daban ganas de dedicarse a la política o a otra cosa. Un poco entendí su angustia, eso de la escoba también me pareció demasiado, el Mandinga estaba un poco desilusionado y le guardaba cierto rencor a los chinos pero me pareció que sólo estaba pasando por un momento difícil.
Conversamos bastante y llegamos a la conclusión que todo esto lo hacían para él, que se tenía que sentir orgulloso de los chinos y que no valía la pena andar por lugares tan lejanos como el Uruguay porque allá nadie le presta atención a los mandingas, porque con uno mismo nos bastamos.
Nos despedimos, intercambiamos los respectivos «xi nien kuai lo» que quiere decir feliz año nuevo en chino, le deseé buena suerte robando la suerte y me fui silbando bien fuerte y desentonando hasta el bar de la otra esquina, compré un encendedor y cuidando de que él no me viera prendí mis últimos petardos.
Amelican nou gud
Le cuento a nuestra anfitriona la Mamma Sipai lo bueno que esta el matecito mañanero, recien hecho, calentiiiito. Trata a sus huespedes como una madre, y le gusta cuando la llamamos Mamma. En Laos conocemos a muchas mamma, hijas de la guerra y con muchos motivos para sonreir. Nuestra Mamna Sipai siempre sonríe y cada mañanita nos espera con el agua caliente para el mate. Jot watel uluguay ti dice ella.
Esta mañana entre mate y mate, los barquitos pasan abajo del rancho como tadas las mañanas llevando gentes y víveres acompañando el silencio, pero hay mucho más silencio que otros días, silencio de río, silencio de pueblo, pero más.
Un matecito, la mirada perdida, buscando lejos, silencio, la calma antes de la tormenta.
Un trueno, pero más fuerte que un trueno.
Tiembla detrás nuestro la montaña. El eco recorre todo el valle como si el cielo fuera de tela y algun gigante lo estuviera rasgando y vuelve con mas fuerza.
Otro trueno, pero mas fuerte que un trueno. Mas eco y rasguido.
Nuestro sobresalto se convierte en tensión.
Dos truenos mas, pero mas fuertes que truenos y ecos y rasguidos.
No son truenos, son bombas.
Ya no hay tensión, solo miedo y angustia. Ese apretón que molesta en la garganta.
Son bombas. Solo cuatro.
Laos. El pais mas bombardeado de la historia soportó un bombardeo cada 8 minutos durante 9 años, una tonelada de explosivo por habitante. Se me pone la piel de gallina de imaginarmelo y solo escuchamos 4 bombas.
La tierra desvastada, las familias destrozadas y miles de bombas en el suelo sin explotar.
Algunas veces, como en esta ocasion, algun distraído se tropieza con una de esas bombas dormidas desde hace 40 años, o trata de abrirla para hacerse una olla o un parrillero o una maceta.
Hoy hay 4 bombas menos sin detonar.
La Mamma Sipai se arrima, siempre sonriendo, ella sabe que le vamos a preguntar por las bombas. Nos cuenta que cuando era jovencita vivió once años en las cuevas que hay atrás del pueblo con su familia, porque la roca de las cuevas aguantaba las bombas. Once años todo el pueblo viviendo en las cuevas. La Mamma Sipai no sonrie. Nos cuenta que solo quedaron ella y un hermano después de la guerra. Eran ocho. No sonríe, trata de mirar a lo lejos como buscando el mismo lugar que yo buscaba mateando antes de las bombas y nos dice: amelican nou gud.
Nos quedamos largo rato mirando el suelo si saber que decir. Silencio, verguenza, el apretoncito en la garganta, rabia. Nunca me gustó que me confundan con un amelican.
Se siente un motorcito a lo lejos, es un barco que trae más turistas al pueblo, los últimos huéspedes antes de que vuelva el Monzón con las lluvias.
La mamma vuelve a sonreir y dice: mol pipol com.
Cuentos Chinos
Proyecto ganador del concurso 2009 para el llamado a sala delCentro de Fotografía de Montevideo. La muestra recorrió varias salas destacadas del Uruguay y de China (Beijing, Qingdao, Wuhan). La fotografía de los Lamas y el teléfono ganó el segundo premio en el concurso «Beijing in the eyes of foreigners Photo Contest».
Cuentos Chinos es un relato muy personal de la vida en Oriente que pretende ser contado a partir de treinta imágenes acompañadas por una breve descripción de la escena o el entorno y por la sensación que viví en el momento de tomar cada fotografía. Tradición, trabajo, religión y consumo se entrecruzan con cierta cuota de humor, para registrar de una manera muy subjetiva la cotidianeidad de los habitantes de un país superpoblado que se encuentra en permanente transformación, crecimiento y apertura hacia occidente.
Cuentos Chinos es una herramienta para compartir un viaje al otro lado del mundo, viajar de nuevo todos juntos. Es un cruce de identidades entre los habitantes de una China rural con rasgos medievales, los occidentalizados consumidores de las grandes ciudades y un fotógrafo maravillado en un viaje iniciático que no para de sorprenderse entre un clic y otro.
Imágenes
pequeños rincones reales,
que hermanan de forma sencilla y natural
el exotismo y el misterio de otra realidad
con la cotidianeidad y la rutina del día a día
que tan igual es, en todas las partes de mundo
en donde habitan esos seres,
los humanos.
Leticia Renedo
Un barquerito cruza el río a seis jóvenes pasajeras. Después de la escuela, por las tardes, su trabajo consiste en unir las dos orillas. De un lado la aldea indígena, la montaña, los maizales y los arrozales sembrados en terrazas. Del otro lado la ciudad, el encuentro, el mercado, el templo, el consumo.
Todo el cruce del río la bebita buscó mi fascinada mirada contrariando a las niñas más grandes que avergonzadas frente al gringo fingían ignorarme.
Los bollitos de pan cocido al vapor son la comida más económica de la calle y el obligatorio acompañamiento de cualquier sopa. Una vez en el estómago duplican su tamaño, la bollera lo sabe y por esa misma razón los hace, el cliente lo sabe y por esa misma razón los compra.
Esperando mi turno para llenar la panza tomé esta foto protegido por el vapor de los bollitos a muy poca distancia de la escena. La bollera y el cliente nunca se percataron de mi presencia.
El mercado renace cada cinco días siguiendo el calendario budista y convoca a vecinos de toda la zona que se aprovisionan y aprovechan para ofrecer sus productos. En el sector de carnes el perro es lo más económico y el búfalo lo mas exclusivo. La higiene es una ausencia. Los olores son la gran presencia.
El fantasma. El movimiento de personas y la variedad de actividades hacen difícil encuadrar una fotografía que pretendía ser un plano general. Mucho tiempo después mirando las fotos de ese día descubrí que tenía un anciano en primer plano a un metro y medio de distancia de la cámara.
El carnicero aprovecha una pausa para fumar. En china se fuma mucho y se convive con el cigarro en cualquier espacio, ya sea público, cerrado o abierto. La carne ahumada, se sabe, se conserva mejor.
Cuando el carnicero descubrió que estaba siendo fotografiado, incómodo pero con actitud desafiante sacudió la ceniza del cigarrillo encima del mostrador.
El vendedor de milagros presenta al público la última novedad. Apuñala por centésima vez a un balde de plástico con una navaja, deposita en el nuevo tajo algunas gotitas del producto mágico y llena el balde de agua para comprobar el milagro. El balde apuñalado no pierde ni una gotita de agua.
El espectador sonriente ya conoce el truco y disfruta de la tensión del momento mientras espera mi reacción frente al eminente milagro.
Un vendedor ambulante de gallinas manipula nerviosamente su balanza. Dos testigos opinan sobre el peso de la gallina aún viva y avalan el correcto uso de la balanza frente a un cliente que desconfía.
Formo parte del grupo de testigos y fantaseo con un dejo de arrogancia que la presencia de la cámara persuade al vendedor de hacer trampa.
Un apasionante partido de auténticas damas chinas convoca al dueño de la tienda y a algunos vecinos a presenciar su desenlace.
La siguiente jugada se demora, se piensa mucho y todos comienzan a proponer movimientos luego del instante que corresponde a esta fotografía. Los espectadores impacientes me invitan a ocupar el lugar del indeciso.
La compra de un cachorrito para el puchero no incluye la cuereada, pero el anciano se encarga por unas pocas monedas.
Mi compañera, perturbada por el espectáculo me propone comprar todos los cachorritos del mercado y traerlos a casa.
La compra de un perro grande para el puchero no incluye la cuereada, pero el joven fumador se encarga por unas pocas monedas.
Mi compañera, perturbada por el espectáculo encuentra a la víctimaparecida a nuestro perro.
La compra de un cerdo para el puchero no incluye la cuereada, pero la señora se encarga por unas pocas monedas.
Mi compañera, cansada del espectáculo me amenaza con hacerse vegetariana.
El mercado popular es el lugar más apropiado para comer cuando hay demasiado hambre y poco dinero, con pocas monedas alcanza para un plato de sopa de fideos con canilla libre de té.
Un cucharón en primer plano envuelto en vapor separa el patio de comidas de una de las cocinas donde curioseo a propósito del tamaño de las porciones.
El sector de accesorios femeninos del mercado es el punto de encuentro semanal para mujeres de todas las aldeas de la zona que bajan al pueblo a renovar, a reparar o a vender atuendos tradicionales.
El sector de accesorios femeninos del mercado, un lugar único donde nadie se percató de la presencia de un fotógrafo extranjero.
Un grupo de mujeres y niños esperan largas horas en la parada del pueblo la llegada del ómnibus para venderle comida a los pasajeros. Brochetas de aves, huevos, ensopados, frutos de loto, la búsqueda de un ingreso vendiendo comida para comprar comida.
Comprar comida a través de la ventanilla del ómnibus aprovechando una parada seguramente derive en un inesperado banquete sobre ruedas, aunque siempre sobrevuele la sospecha de encontrarse con una incómoda e inoportuna diarrea sobre ruedas.
Un monje peregrino aprovecha una parada del autobús en el que viaja y se deja tentar por un placer prohibido. El deseo es grande pero el dinero parece no ser suficiente.
Desde la ventanilla del autobús que acaba de detenerse saco esta fotografía antes de ser atacado por las vendedoras callejeras que estampan una paloma asada contra el lente de la cámara.
Dos ansiosos curanderos ancianos esperan pacientes para sanar con su medicina callejera tradicional china.
Desconfío de los curanderos debido a la persistente ausencia de pacientes, aunque un par de pócimas, un poco de magia y una buena cucharada sopera de fe seguramente curan cualquier problemita de salud.
En la calle siempre el encuentro, el juego, el disfrute de los abuelos por estar juntos. El triunfo es simplemente una escusa para jugar, sin embargo ésta es una jugada cargada de tensión que proyecta un próximo desenlace.
Se suspende la partida en el instante posterior a la toma de la foto para observarle las nalgas a mi compañera mientras nos retiramos y para hacer los comentarios correspondientes.
Un peluquero espera clientes en su negocio. Hojea un periódico del día frente a una pared raída por el tiempo mientras que el futuro pasa velozmente a sus espaldas.
Capturar a un automóvil moderno en el espejo llevó varios minutos valiosos que sirvieron para ubicar correctamente el tronco del árbol en el borde de la foto que nos separa de la calle. El peluquero siguió imperturbable concentrado en su lectura llevándome a suponer que estaba dormido.
Boniatos asados al carbón para endulzar la tarde. La producción y la venta son artesanales y ambulantes evitando estacionar la bicicleta frente a algún comedor. Un pucho en la boca y una cajetilla apoyada en el zócalo de la pared sugieren una pausa más prolongada de lo habitual.
Una foto fácil. Las pintadas en la pared indican imperativamente qué se debe fotografiar y cómo se debe encuadrar la escena antes de probar un boniato.
En el sector peluquería del mercado se trabaja intensamente. Las tijeras no paran y el suelo es una alfombra de pelos de todas las edades. Un anciano se somete a un concentrado peluquero mientras otro cliente prefiere no ver lo que le espera.
Todos los peluqueros del mercado se ofrecen para cortarme la barba. Uno llega a amenazarme con una brocha. Una afeitada, por más precaria que sea la barba del cliente, es el sueño profesional de cualquier peluquero chino.
El dentista callejero, en la sección sanitaria del mercado taladra la dentadura de una víctima que recuesta su dolor en unos costales de ración para cerdos. La asistente dental se opone sonriente a la presencia de curiosos que perturban la concentración de su patrón.
La grotesca escena no me sorprende tanto como el alicate apoyado sobre la mesa y la uña demasiado larga del meñique izquierdo del dentista.
Tres vendedores de pieles falsas de animales exóticos fantásticos, interpretan a cazadores furtivos preocupados por la presencia de una cámara. La discusión crece y comienzan las amenazas que terminan en un forzado forcejeo.
Continúo el paseo divertido con la interpretación de los furtivos y cuando regreso al lugar de la discusión me encuentro con la ausencia de mi bicicleta que había dejado encadenada a un arbolito antes de la discusión.
Una serena tarde de un domingo de otoño provoca el encuentro de diferentes generaciones alrededor de una de las muchas mesas de juegos que hay a lo largo del paseo rivereño.
El río que perfuma el juego desde su apacible recorrido es uno de los más contaminados del mundo.
Luna de miel en una postal china a bordo de un barquito que recorre uno de los ríos más sagrados de China. Una foto cada uno delante de las montañas sagradas y dos dedos de la mano en V.
La fotografía dentro de la fotografía, V de la victoria que se repite dentro de miles de millones de imágenes guardadas dentro de miles de millones de cámaras digitales y teléfonos celulares a lo largo y ancho de China.
Luna de miel con merienda en una postal china a bordo de un barquito que recorre uno de los ríos más sagrados de China.
La desconfianza del novio hambriento termina en complicidad cuando nos fotografiamos juntos y compartimos una brocheta de algún tipo de carne.
Los monjecitos son los encargados de llamar a orar todos los días al amanecer y al atardecer. Un escándalo de bombo gigante sacude a los distraídos desprevenidos y los convoca al templo.
Más de quince minutos de aporreo arrítmico de bombo perturban la concentración de cualquiera, saco varias fotografías bastante incómodo, mientras el monjecito de la escalera no me saca la vista de encima.
Son las primeras horas de la mañana del nuevo año del chancho. Año nuevo, pilchas nuevas. Cuatro jóvenes deciden refirmar su amistad saliendo a seducir muchachitas uniformados con un moderno atuendo.
Orgullosos por la audacia del modelito los jóvenes posan para los divertidos curiosos que nos detenemos en la puerta de entrada al parque por donde miles de personas están pasando para festejar el año nuevo.
Es día de mercado, casi como un domingo en occidente, hay tarde de exámenes en la lamasería donde se van a congregar cientos de monjes de toda la zona.
Ellos vienen. Los espero en el medio de la calle con un indiscreto despliegue de trípode y cámara. Ellos me ven, saben que caminando todos juntos en bloque con sus hábitos morados construyen una imagen seductora de casi héroes de película de acción de Hong Kong y se comportan como tales.
Un grupo de jóvenes estudiantes lama terminan el primer examen del día y aprovechan la pausa del recreo para relajarse aunque no logran dejar de sentir la presión del momento.
La reacción en el momento de encuadrar esta escena fue pensar cuánto daría la marca de teléfonos por tener una fotografía como ésta.
La luz que emana del templo convoca a los monjes a rezar y cantar. Las piernas siempre flexionadas de manera de no señalar a Buda con los pies. Los cantos se repiten durante horas y para los monjes más jovencitos es fácil distraerse.
Disparo foto tras fotos con una actitud bastante furtiva sabiendo que puedo estar molestando. A los de la última fila les cuesta quedarse quietos y hago muchos intentos que salen con los brazos movidos. Cuando me descubren saludan y comienzan a posar ganándose el rezongo de un monje mayor.
La luz que emana de la máquina expendedora de refrescos convoca a las niñas a consumir. Los deditos señalan el objeto de sus deseos. La oferta es muy tentadora y a las pequeñas diablitas es fácil convencerlas.
Disparo foto tras fotos con una actitud bastante furtiva sabiendo que puedo estar molestando a la mamá de las niñas. A ellas les cuesta quedarse quietas y hago muchos intentos que salen con los brazos movidos. Cuando me descubren saludan y comienzan a posar ganándose el rezongo de la madre.